El tiempo deja sus frutos
pero si no los cuidamos
con esmero y sentimiento
se van desalmando
y la muerte, impía,
pasa de acecho a hecho
en un descuido fugaz.
No hay franquearle el paso
ni dejar huellas a su alcance.
No hay que obsesionarse
ni tampoco soslayarla
pues es buena consejera
pero, a la vez, complicada.
Es que nadie conoce
su mortuoria voluntad
el anhelo de fondo
que la motoriza.
Sin embargo, aquí anda
merodeando, siempre.
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