lunes, febrero 28, 2005

El techo del mundo.

Uno que va subiendo y se pierde en su terraza, pidiendo bajar a gritos pero sin una respuesta complaciente. El entorno es externo, y juega ese papel de extra que toca sutilmente la experiencia de uno mismo.
Hay como un cortocircuito entre la conciencia y los actos, y se sabe. No se obtiene la respuesta esperada, y eso se transcribe en una especie de desesperación pacífica que copa la situación de a momentos. Es todo demasiado cómplice de este vértigo como para tratar de escapar así nomás.
Mientras tanto, el reflejo se amortigua en una espuma suave y amarga, para que una de tantas aspiraciones termine con la mínima cordura que aguantaba en los terrenos de la mente. Es una elevación fugaz e incontrolable. No hay ningún tipo de voluntad, que ya se fue por las suyas a caminar las calles vacías.

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