viernes, abril 02, 2004

Sin pistas. Así ni el grandioso Holmes podría averiguar el misterio que se cierne sobre la profundidad de mi abismal pecho. Ese fulgor mágico comenzó a oscurecerse y suplantó a mi sombra, siguiéndome con constancia, sin dejarme respirar, y ahora aprieta los dedos con fruición, con sadismo ilimitado, y me hace volver a odiarlo. Pero hay un inconveniente: ese odio se hace más grande porque uno tiene la certeza de lo pasajero de su existencia, y sabe que su única razón de ser es amedrentar nuestra algarabía con sus tinieblas de asco, de desdén y vileza. Y así, con mi lógica al desnudo, sin olvidos ni huellas digitales, sin rastros ni pisadas, caigo en la más honda inceridumbre, en un hastío de la nada. Por así, sin pistas, es imposible resolverlo.

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