jueves, abril 22, 2004

Tiempo... ha pasado tiempo. Tiempo que fluye y arrastra cosas, deja otras, va arrancando de raíz pensamientos y recuerdos, y siembra ideas y fantasías. Y hay cosas que deja intactas, que las pasa por alto en su furia para que sigan creciendo y haciéndose carne, buscando el lugar y germinando, y florecer en el corazón, arraigándose a él para nunca volver a soltarlo. Y una de esas cosas hoy tomó por asalto mi corazón como un homenaje, una espectacular experiencia que tuvo lugar hace ya años y que hoy en día sigue como lo más profundo de este corto vivir. Y el recuerdo fabrica destrucciones en mi mente y alma, y evoca lagrimas que alguna vez fueron de felicidad y hoy recorren amargamente mis mejillas. El surco dejado por ese recuerdo sigue su camino, incesante, dejando una cicatriz medio abierta que sanga de a ratos, como las nubes. Y todo tan vano, tan trivial, tan vacío sin esos ticks, sin la aguda voz del fervor. Entonces llegan las confusiones, las búsquedas del sentido, de los significados, del amor, del odio, la bronca, el llanto, la melancolía, la nulidad, el bloqueo, la nada. Lo peor es la nada. Ese agujero negro que se para firme, con los brazos en jarra, donde alguna vez estuvo asentada la euforia más apocalíptica. Sólo queda ese éxtasis devenido en frustración, y esa magia atestada de esperanzas. Y una mínima ilusión, ahogándose en la vil realidad. Hoy, más que nunca, mi mundo es redondo.

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