miércoles, febrero 21, 2007

Miedormido.

El miedo sostiene una cuerda en pleno ascenso, buscando el cielo como una serpiente hipnotizada por el músico (un flautista de Hamelin cualquiera, aunque un poco más audaz).
Hay al final de la cuerda algo verde, pero va tan alto que no se puede distinguir si es barrilete o globo.
La cuestión es que el miedo empieza a correr furiosamente (es lo mejor que se puede hacer con algo así en la mano) alejándose de todo y de todos, buscando esa libertad necesaria para que los pies se sientan alas, sin cuidados a la vista. Está la playa, o una pradera, o la sabána, o qué sé yo. El escenario es mejor que lo pongan ustedes.
Volvemos.
En su maratónica libertad, parecía no encontrar punto cúlmine nuestro protagonista.
No se cansaban ni él ni sus pies (que ya casi flotaban).
Pero.
(Efectivamente, si lo dejamos sin "pero" pierde cualquier chiste esto de una historia).
Siempre falta cruzarse con algo o con alguien para poder dedicarnos a levantar un vuelo eterno.
Y cuando creyó que iba a reventar su corazón, se frenó en seco: la vió, le dió la cuerda y se sentó a ver el amanecer, sabiendo que el despertar del sol era la señal para irse a dormir.

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