En cada segundo, en cada deseo
un poco se desprende del ego
como un hilo del tejido del tiempo.
En la Luna y sus telarañas
podemos quedar cautivos
sometidos a cultivos
que convidan de sus mañas.
Y que la urbe, por favor,
no le gane más terreno,
que le pinte y pise el freno
porque se nos raja el color
y nomás florece dolor
porque verde, cada vez menos.
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