sábado, abril 23, 2011

Desvaríos románticos.

También el suelo es un lienzo, una partitura, una pared en blanco esperando por nuestro arte: ese romántico andar, que es puro amor en el aire y en el piso, y más allá de los límites del juego. Sabemos enredarnos en momentos inoportunos (o, por lo menos, excéntricos) para reconfirmarnos, mutuamente, lo intenso del sentimiento, que evoluciona con el tiempo como un buen botín, como el sueño que no se marchita sino que se nutre de los momentos, y es entonces un árbol sabio y arraigado, lleno de sus frutos, convidándose entero a la primavera... Pero no es primavera, es otoño, y se caen las hojas, y los colores, y sin embargo hay reductos que sostienen su jirón de arco iris hasta desangrarse (aunque no del todo, siempre llega antes la primavera que la muerte).
Por eso, este otro romance, tan lleno de palabras, siempre acomodándolas en la estantería para que no se anuden o se aplasten, desempolvándolas, absorbiendo aunque sea por ósmosis su enseñanza de reflexión e ingenio, para que no se oxiden ni la poesía ni las ganas de sonreír.
Y, si de romances se trata, el del ermitaño y la princesa se lleva los laureles: la más bella historia, coronada de rosas y espinas, bañada en el oro del sol, reflejada por la mismísima luna en su idílica media noche para consagrarse a la eternidad.

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