y, de un plumazo
los sonrientes se disipan
las canciones enmudecen
los tecnicolores lados
de esta pecera pública
se opacan sin dar tregua
a los espíritus, que encogen
y van desapareciendo
(fugándose, silenciosos,
esperando una alegría
que los vaya a rescatar).
Cómo absorbe la energía
el otoño en sus entrañas
que no ceden ansia alguna
y devoran desde el tiempo
desde las estaciones
ancladas en la ausencia
sin dejar ni una migaja
para el famélico ánimo.
Y se suicidan las flores
percudidas, del estío
ya lejano, como todo
lo que acaba de morir.
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