que se desperezan
al atardecer.
Los cielos teñidos
de poemas áureos
preparan la noche.
Se asoma una risa
ufana, en la altura
coronando todo.
El viento se calma
y escucha el silencio
que deja su ausencia.
Los perros oscilan
entre la paciencia
y los alborotos.
El alma se hunde
en pensares gruesos
que poco prosperan.
Pero, sin embargo,
su propio ejercicio
convida verdades.
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